En otra noticia se informaba del
cierre de los aeropuertos de Bombay, Pune y Goa tras registrarse varios
incidentes en las maniobras de despegue de los aviones y un aterrizaje forzoso
realizado por el mecánico de vuelo al haber perdido la consciencia los dos
pilotos del aparato.
Eran ya las 9:30 y Marc no daba
crédito a lo que leía. Las noticias eran cada vez peores. Revisó su correo en Gmail. En la
bandeja de entrada sólo aparecía el mensaje que John le había anunciado y éste
no añadía nada nuevo a lo que ya sabía.
En la televisión, el presentador
de Al Jazeera estaba hablando ahora con su corresponsal en Moscú.
- Tras la primera autopsia de
emergencia realizada a un paciente muerto en Moscú hace varias horas, los
forenses han dictaminado que la causa más probable ha sido la destrucción a
nivel neuronal del Sistema Reticular Activador con gran afectación de todo el
tallo cerebral, lo que explicaría el sopor inicial, luego el coma y finalmente
la muerte de los pacientes. Se están realizando nuevas autopsias para confirmar
los resultados. Por otra parte, fuentes gubernamentales aseguran que se ha convocado
una reunión de emergencia en el Kremlin a la que asisten el presidente, el
primer ministro y los ministros de Interior, Emergencias Defensa y Sanidad.
Marc salió al balcón de su
apartamento a tomar un poco de aire fresco. Oyó la sirena de una ambulancia que
pasaba rauda por la cercana avenida Diagonal y se preguntó si no habrían
empezado a darse casos ya en Barcelona.
Pensó en sus padres. Les llamó
por teléfono. Habló con su madre. Estaban bien, desayunando en la cocina, como
siempre. No les comentó nada de lo que estaba pasando. No quería preocuparlos.
Se despidió prometiéndoles una visita para el día siguiente.
Volvió a la pantalla de su
ordenador y buscó la versión rusa de Google Noticias. Las autoridades
sanitarias rusas habían confirmado la muerte de al menos 1.350 personas desde
el oeste de Siberia hasta San Petersburgo. También habían declarado que hasta
el momento no se habría podido salvar la vida de ni una sola de las personas
ingresadas en los hospitales en estado de coma.
La versión digital del diario
Pravda confirmaba la reunión del Kremlin e insinuaba la inminente declaración
del estado de emergencia en toda la Federación Rusa.
Marc siguió buscando información
con un criterio geográfico. El hemisferio sur no se libraba de la enfermedad.
Desde Sudáfrica a Kenia ya informaban de las primeras víctimas mortales. América estaba, de momento, libre
de casos.
- Aunque por poco tiempo - pensó.
Durante un buen rato más estuvo
recopilando la información que aparecía en Internet. La enfermedad no sólo avanzaba
hacia el oeste, también lo hacía hacia el este aunque mucho más lentamente. Ya
se habían dado algunos casos en Siberia oriental, China, este de India y en el
sudeste asiático.
- Quizás con otra forma de
contagio - pensó.
Durante la mañana la situación
fue de mal en peor. Los gobiernos de los países afectados decretaron el cierre
de los aeropuertos y la paralización de los ferrocarriles por temor a nuevos
accidentes. En las grandes ciudades de India
y Pakistán se empezaron a producir saqueos y pillajes en los comercios.
Al mediodía, las autoridades de
las primeras zonas afectadas dejaron de dar cifras de víctimas e implantaron la ley marcial.
Eran más de las tres de la tarde
cuando Marc llamó a sus padres otra vez. Después de algunos segundos de espera
colgó el teléfono. Se temió lo peor. Volvió a salir del apartamento. Tenía que
ver a sus padres.
En el trayecto a la casa en la
que pasó gran parte de su infancia el panorama era desolador. Había coches parados
en medio de la calzada. Vio varias ambulancias atender a personas tumbadas en
las aceras. La gente se agolpaba en los cajeros automáticos de los bancos y en
las tiendas de alimentación y supermercados.
Al llegar al casco antiguo de la
ciudad, el tráfico estaba casi colapsado. Coches parados con personas
inconscientes al volante bloqueaban sus estrechas calles. Decidió dejar el
coche y seguir a pie.
Había vuelto a llamar a sus
padres con el móvil varias veces pero sin éxito. Al pasar junto a la Parroquia
de Santa María del Pi vio que estaba atestada de fieles. En sus puertas, grupos
de personas seguían el rezo del rosario que se oficiaba dentro. Siguió su
camino sin detenerse.
Después de 15 minutos de
apresurada caminata llegó a casa de sus padres. Subió a grandes zancadas los dos
tramos de escalera que le separaban del primer piso y abrió la puerta con la
llave que siempre llevaba consigo. Llamó a voces a sus padres sin obtener respuesta.
Miró primero en el salón, luego en la cocina y al llegar al dormitorio los
encontró tumbados en la cama. Parecían dormidos.
Marc se acercó a ellos. No
respiraban. Se sentó en el borde de la cama y grandes lágrimas afloraron a sus
ojos. Desconsolado, permaneció en la habitación hasta bien entrada la noche.
Volvió al salón e intentó llamar
a alguno de los teléfonos de urgencias, pero las líneas telefónicas estaban
saturadas. Puso en funcionamiento el ordenador de sus padres.
El Gobierno español acababa de declarar
el estado de alarma.
El caos se había generalizado. La
gente intentaba salir de las grandes ciudades como si con ello pudiera ponerse
a salvo, pero la enfermedad afectaba a toda la población.
A las cuatro de la mañana, el
cansancio le venció y, aunque tenía miedo de no volver a despertar, se dejó
llevar por el sueño.
.......................................
El sol volvió a salir como cada día sobre Barcelona. Marc
abrió los ojos cuando los primeros rayos de luz tocaron su rostro. Pensó que
todo había sido una pesadilla, una terrible pesadilla, pero poco a poco su
mente fue consciente de que todo aquello había pasado realmente.
Se asomó al balcón principal del
piso y comprobó que la calle estaba desierta, no había tráfico rodado aunque todavía
sonaban, a lo lejos, algunas sirenas. Seguía teniendo electricidad.
En la televisión, todas las
emisoras repetían, una y otra vez, un mensaje oficial llamando a la calma y
pidiendo a los ciudadanos que permanecieran en sus casas para no dificultar la
labor de los equipos sanitarios.
Se volvió a sentar frente al
ordenador y comprobó que todavía podía conectarse a Internet. Las páginas de
los periódicos digitales españoles no se actualizaban desde primeras horas de
la madrugada. Sólo parecían funcionar todavía los grandes medios digitales americanos.
El Washington Post anunciaba la
declaración del estado de emergencia en todo el territorio de los Estados Unidos.
El Air Force One, el avión del presidente, volaba sobre el Pacífico para
mantenerse en la parte nocturna del planeta. El CDC había confirmado que la
enfermedad era irreversible y que sólo afectaba a los humanos.
Marc comprobó su buzón de Gmail.
En la bandeja de entrada aparecieron varios mensajes. El primero era de Víctor
Grigoriev, uno de sus compañeros de misión en la Estación Espacial.
- Hola, soy Víctor, estoy en mi
casa de Kirov y me gustaría que respondieras a este correo. Quisiera saber si
te encuentras bien y cómo es la situación en tu ciudad. Aquí han muerto todos. Estoy
yo sólo. Esto es el fin.
Marc le respondió contando la
muerte de sus padres y explicando la situación en Barcelona y dándole
ánimos.
Los otros mensajes eran de varios
colegas americanos. Entre ellos estaba el otro compañero de misión en la
Estación, Ian Stephens. En general se encontraban bien aunque muy asustados con
lo que estaba sucediendo. Le dijeron que no habían podido contactar con nadie
en Europa, excepto con Víctor Grigoriev.
Llamó por teléfono varias veces a
John Hush pero no obtuvo respuesta.
Algunos minutos más tarde llegó
la respuesta de Víctor. El hombre estaba al borde de la locura. Decía que había
estado horas buscando supervivientes y que no había encontrado a nadie. Toda su
familia había muerto y no se explicaba por qué él seguía con vida todavía.
Marc intentó buscar una
explicación al hecho de los tres integrantes de su misión siguieran vivos.
- Tal vez nuestra larga estancia
en el espacio fuera la causa. Es posible que la enfermedad se hubiera estado
propagando por todo el mundo mientras nosotros tres estábamos en el espacio -
pensó.
Salió a la calle para pedir ayuda
y comida. Había cadáveres por todas partes. Se oían perros aullar en el
interior de muchas casas. No encontró supervivientes.
Con gran esfuerzo cavó dos tumbas
en el cercano parque de la Ciudadela, donde había pasado buenos momentos de
pequeño, y enterró allí a sus padres.
Fin de la segunda parte. Continuará ..